La experiencia en Benín, dentro del itinerario “Escuelas Pías en salida”, fue una escuela de cabeza, corazón y pies. La interculturalidad dejó de ser convivencia para convertirse en conversión: rezar y pensar en lenguas distintas nos enseñó a ver el mismo carisma con acentos nuevos y, al mismo tiempo, profundamente familiares.
Las mañanas combinaron reflexión y vida. Una intuición atravesó todo: el Espíritu suele actuar en la fragilidad, no cuando todo está en orden. En ese horizonte, Santa Dorotea se volvió referencia permanente: cercanía concreta, aulas pequeñas, nombres propios, historias reales. Allí se desgasta la vida por los primeros y por los más pequeños; allí se aprende a empezar siempre de nuevo.
Visitamos presencias locales y compartimos la Eucaristía con el pueblo: cantos, danzas y un ofertorio vivido como verdadera entrega del trabajo cotidiano. Volvimos a lo esencial: la liturgia como comunidad que se ofrece y se edifica. Esa celebración recordó que la gracia encuentra caminos donde a veces solo vemos límites.
En talleres y diálogos abordamos causas estructurales de la pobreza desde la tríada cabeza–corazón–pies: pensar críticamente para no confundir síntomas con raíces; mantener la mirada caliente para no deshumanizar; pisar territorio para no hablar desde el aire. También trabajamos el liderazgo fraterno: pasar del “yo triunfo” al “nosotros crecemos”. Ese liderazgo se cocina en lo simple: poner la mesa, recoger, organizar, preguntar por los cumpleaños y los apellidos, abrir espacios para que todos participen. El compartir cotidiano —el servicio sencillo de cada día— se volvió lenguaje común y sacramento de fraternidad. Y algo clave quedó resonando: el desahogo sin procesos no cambia nada, pero la misericordia organizada abre caminos. Nos quedamos con la tarea de crear espacios donde los más jóvenes puedan aportar, y los más experimentados acompañar sin sofocar. La consigna: menos queja, más puentes.
Vuelvo con una certeza sencilla: la misión escolapia se juega en lo pequeño. En un aula calurosa, en una mesa de comedor, en una asamblea con niños, en una reunión de educadores donde alguien escucha de verdad. Calasanz lo dijo a su modo y nos sirve de brújula hoy: a veces vemos por “adverso” lo que nos es útil; dejemos que Dios lleve la barca y recibamos de su mano lo que viene. Benín me enseñó que “salir” no es ir lejos, sino ir profundo: al corazón del carisma, a las periferias del aula, a las causas de la pobreza, a los gestos que tejen comunidad.
Eso quiero seguir haciendo. Con cabeza, corazón y pies. Y con la certeza de que cuando servimos juntos, crecemos todos.
Isaac Rabín Mondoza, Sch.P.